Universidad Católica Boliviana "San Pablo"

2 parte de su devenir histórico la búsqueda de las razones y explicaciones para sus males y en función de encontrar la solución a ellos. Desde los homínidos, hasta los humanos nómadas y, posteriormente, los agrícolas, desde los modos de vida bárbaros y hasta llegar a las tribus de las civilizaciones más antiguas el alivio de los males estaba atribuido a un poder místico y a la magia de los dioses, en pócimas que solo un grupo pequeño de bendecidos o de linaje o estrato especial podía impartir, según la voluntad de los dioses. (Jácome Roca, 2003, pág. 147). Poco a poco la curiosidad intelectual que caracteriza al ser humano le fue permitiendo determinar el comportamiento y consumo del animal enfermo y encontraron con ellos ciertas características de estas pócimas o remedios. Con estos estudios pudieron determinar catálogos macro de ciertas dolencias frecuentes y algunas hierbas que mitigaban el padecimiento. (Jácome Roca, 2003, pág. 152). La medicina en sus épocas tempranas más que glamour y fama causaba miedos y persecuciones, pues se concebían las enfermedades como castigos divinos por males cometidos por la persona o por su familia. El papel de los farmacéuticos no se nombra en la historia hasta el surgimiento de los árabes, cuando se empezaron con los primeros recetarios, listas de medicinas y combinaciones de estas, donde estos eran preparados en alguna trastienda y dispensados por los farmacéuticos, pero siempre eran compuestos de las mismas hierbas. (Jácome Roca, 2003, pág. 155). La Edad Media dejó algunos textos valiosos y fundamentales para la farmacología, pero con la llegada del Renacimiento surge la fe al descubrir en América la quina, la corteza de este árbol originario del Perú fue por siglos el mejor febrífugo y antimalárico debido a sus propiedades antipiréticas, antipalúdicas y analgésicas. Esto hizo que se desarrollara la primera gran economía en torno a un medicamento convirtiéndose en un excelente negocio y en fuente de poder y de estrategia política. (Jácome Roca, 2003, pág. 163).

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